Me dejaba la cuenta de versos abierta:
Dos puntos y todo era mío.
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Al paso que íbamos ya era poco el respeto que nos quedaba. Lo que nos teníamos era, quizá, un poco de admiración por nuestros deseos. Nos sobraba la baba y teníamos en abundancia aquellas ganas de despertar en el punto en que coincidían nuestros sueños.
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Los muertos se han llevado el pan.
Ya no queda ni una migaja, se lo han llevado. El sobao, el pan de agua, se han llevado el pan francés que de vez en cuando se escabullía de la cocina sólo para besarnos. Nos han dejado en crisis, con el pan se han llevado el hambre y la ansiedad de conquistar el mundo con nuestras letras.
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Es más bien que encuentres, dentro de la belleza de lo degradante, un rinconcito íntimo donde puedan descansar tus pantis.
Y que la humillación sea sólo un portal entre la ilusión de cariño y la satisfacción, a veces circunstancial, de nuestra carne. No hay necesidad de enaltecer belleza alguna en la poesía si lo que se busca es someterse a las órdenes de un ego que ni siquiera logra desnudarse.
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Respetarte sería perder todo el tiempo que hemos invertido en dudas sin aclarar, en pajas vestidas de oficina, papeles y gavetas.