...y nos dieron las diez y las once, las doce y la una
y las dos y las tres
y desnudos al amanecer nos encontró la luna.
y las dos y las tres
y desnudos al amanecer nos encontró la luna.
Joaquín Sabina.
Nos
toca disfrutar lo que queda de la noche antes de que llegue el sol y le
robe el poco de brillo que nos puede brindar. Sólo nos queda sobrevivir
al sereno, a la brisa conflictiva que nos brindan las calles con olor a
comunismo canino.
A
mí sólo me queda disfrutar de la profundidad de tus pupilas dilatadas,
patrocinadas por aquel whisky sazonado por algún antidepresivo.
Se nos sale la vergüenza de los bolsillos. Se pierde mi paciencia en tu piel.
Ya
veo porque todos los que se enamoran de la madrugada terminan viviendo
sin ella, muriendo por ella, luego de vivir por ella, muriendo en ella.
Enamorarse de la madrugada es regalarse una gastritis emocional.
Al
final el amanecer nos da un buen abrazo y nos calienta un poquito.
¿Pero qué sería de nosotros sin estas dudas insomnes? ¿Sin estas ganas
de llenar el vacío que anda decorando nuestras camas?
Por
eso seguimos disfrutando la noche e ignoramos el cariño fiel y
respetuoso que nos brinda el día. Nos desviamos de la eternidad para
consumirnos en pequeños instantes de embriaguez pasional. Nos cogemos
con la madrugada para escondernos en la eternidad de nuestros suspiros.
Sale
el sol y nos escondemos de él. Dormimos par de horas para luego
despertar con la resaca besándonos el cuello y el trasnoche escondido en
tu vientre. Despertar y no saber si debemos darnos un trago o
cepillarnos los dientes.
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