En mi travesía me he dado cuenta que mis parpados deben colgar por si solos y mi retinas, mis pupilas, pestañas y cejas deben disfrutar del ocio en mis nervios, porque para pensar en el más allá de las moscas que mueren en lo pozos de Chardonnay, mis neuronas no pueden ser inmortales.
Y digo que no pueden ser inmortales porque de su muerte es que nace la combustión en mi cabeza, ya sea gracias al transito ilícito de sustancias ilícitas de las que no sé porque hablo ya que no las consumo, sea gracias al trago que nos regala la vida junto con sus buenas noches o gracias al rush hormonal que nos produce el sexo, la pornografía o el rocanroll; y claro, la muy bendecida masturbación, amiga de todos, que no nos abandona y nos recibe con la mejor de las manos, literalmente.
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