Los estereotipos deben ser el calificativo más molestoso que se ha inventado la humanidad. Esas ganas de juzgar, siempre activas; el ojo que siempre va sumando cosas y se inventa unas otras para poder poner a alguien en una sección, un cuadrito con su estilo de vida, ropa y pensar. Todos lo hacemos, no seré el señor perfecto que saldrá a defender a los juzgados porque nunca ha hecho nada. Es triste, lo sé, pero es algo hecho por el subconsciente, al azar, sin malicia planificada.
Les cuento que en mis caso me pasa algo con un estereotipo: El de las niñas buenas.
Era de costumbre sentarme a tomar un café en la universidad, a eso de las seis de la tarde, cuando el sol se despedía de nuestra piel para darle calor a la luna y molestar con su resplandor a distancia, molestaba demasiado aquel reflejo naranja que señalaba el final del día. Y era sentarme ahí a esperar mis clases de las siete, a desestresarme luego de un largo día en el trabajo, de aguantarle mierda a unos gringos ñonos y sin un cc de inteligencia. Siempre preguntándome cómo es que sobreviven y luego recuerdo que no todos ignoramos las mismas cosas, quizás ellos si saben respirar, sobrevivir y esas vainas.
Al rato de haber llegado mi café ya me encontraba con los ojos en todas partes, viendo, analizando, criticando, etiquetando. Que si los hipsters, que los metálicos, mira el coro de los pastilleros, que las niñas fresas, viendo como se le cae el pantalón a la nena esqueirer y la pausa. La voz que detiene todos los pensamientos y juicios: Daniela Pereyra.
La intocable Daniela, la novia de Ismael, el gran Ismael. Me daba la mano y me saludaba con beso en la mejilla, como cualquier niña buena lo haría, y me sonríe. Al preguntarme si se puede sentar a mi lado le digo: "Claro, pero ya al rato te aburres". Yo lo digo todo serio y ella se ríe, como si mis ganas de estar solo son una broma.
Yo quillado, con ganas de tomarme mi café tranquilo, sin ganas de distraerme. Porque sus tetas son distracción, su gran mirada es una distracción, mas los libros que siempre trae. Ella es tan de literatura, de cuento bonito, una lolita, tan tierna que la repelo, tan dulce que ni la quiero cerca porque me vuelvo adicto a su gluten. O a sus gluteos firmes los cuales ya había tocado sin querer hace unos meses.
En fin, ya estaba ahí, perdido en unos ojos ajenos y con el pensamiento en la fidelidad eterna, devota a sus libros y a su novio. Ella siempre tan fiel, siempre tan de verme como un amigo. Yo tan fiera, con ganas de metérselo y tratando de alejarla. Ya es hora de que te compres un goldfish para que tengas con quien hablar, Daniela.
No siempre fue así, hubieron días de paz en sus pechos, existieron esos días en que no me llamaba su carne, no existía en ella el olor. No me refiero a perfume, ni a sudor, no me refiero al olor de Ismael. Me refiero al olor que nació de sus dedos en aquella tarde de otoño. Eran las cuatro de la tarde y principios de semestre, biblioteca vacía. Eramos dos amigos, dos curiosos, dos lectores, dos amantes de la poesía. Ella callada y yo pícaro, ella con sus secretos y yo con mis suposiciones, con mi extenso menú de ilusiones aleatorias, ella con su mente en Ismael y sus celos que no eran celos.
Siempre me he encontrado excitante que la mujer se anime a ver películas pornográficas, que conozca sobre el asunto, que me hable de websites y que me encamine unos videitos para el ocio. Pero esas cosas sólo me pasaban con mis ex-parejas, con mis amigas íntimas y las ya no tan amigas. Pero para mí, que Daniela me preguntara algo sobre pornografía, era tabú. Es que es la niña buena, men. Es la tranquilita de las clases, la que se sonroja, la que dejó de ser virgen hace un mes: DANIELA ES MI AMIGUITA, mi dudette, mi pana, mi desahogo siempre presente. Daniela era pura inocencia.
Pero ya, con eso se me borró, al menos por ese instante. Ya estaba yo hablando con ella sobre pornografía, sobre los amateur, anal y gang bangs. Explicándole lo que eran los creampies, las CoEd y el spocker. Todo un experto, dando mi cátedra para que luego al final me diga que no le gusta, que no hay nada que la excite tanto. Al ratico me pide que le escriba algo con un toque de pornografía, pero en letras.
Y mi mente que se transporta de una vez a cualquier hotel barato, los dos sin nombres, sin respeto alguno. Sin una amistad mezquina que nos quiera barajar el polvo. Dos cuerpos desnudos, desconocidos, dos torpes que no se conocen, pero que se atraen, por lo menos en letras, en tetillas y pezones. Los dos locos por consumirse y consumir el recuerdo con todo e historia. Mis dos manos y sus nalgas, duras y firmes, como aquel día que por lo que veo no fue tan inocente. Nos imaginamos perdidos en aquella habitación, tú sin pareja, yo sin respeto, los dos con ganas.
Y mil pleberías más que le escribí, y ella que leía y sonreía, ella que se masturbaba y por poco gemía. Yo loco por invitarla a mi casa pero no la quería desconcentrar, por momentos pensé que casi se venía.
Y nos dieron las seis y con las seis llegó la rutina, nos trajo a Ismael y a mí me llevo a la cafetería, a juzgar a los fieles, a las niñas buenas y bonitas. Yo tan torpe, me quedé bobo viendo como me leía.
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