No es que sea el gran defensor de frases como "Debemos aprender de nuestros errores", pero debemos reconocer que no todo tropiezo es un error. No somos culpables de las decisiones que toma una persona respecto a nosotros, no somos los que producimos el error. Muchas veces nos llenamos la cabeza de metas que quizás otros no puedan cumplir. Tomamos las acciones y pensamientos de otros como si fuesen nuestras y caemos en ese vínculo obsesivo, el cual muchas veces confundimos por afectivo. Creamos una dependencia imaginando que todo de dos es mejor cuando en verdad lo que hacemos es cubrir todo con el más feo de los egoísmos.
Menciono egoísmo porque es muy fácil ser la única cara que ves al espejo, la única por la que sientes, la única por la que actúas, también es muy fácil acusar a otras personas por cosas que han hecho y te molestan cuando también puedes ser el que cometa el mismo error. Nos olvidamos del balance y juzgamos, es más, llegamos a reconocer que hemos cometido el mismo error antes y ni así nos detenemos, acusamos, nos dolemos, queremos olvidar lo que ha pasado.
Y en el olvido se va todo, se van las sonrisas, las anécdotas, se va el gusto que se cogió con esa persona, la forma de besar, incluso, se van aquellas pequeñas cositas que te enseñó sobre sexo oral, los cuentos de secundaria
¿Se imaginan una vejez sin recuerdos? Porque de existir, el olvido no sería algo selectivo, como quizás muchos quisiéramos. Debe ser muy patético andar por ahí siendo una piedra, inerte, deshabitada, llena de ecos por ideas que no tienen de donde agarrarse y se la pasan rebotando de extremo a extremo. Tener olvido selectivo sería como jugar jenga con la memoria, al final todo se desbarata.
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