5.31.2012

Refugiarme en la despedida.


Quedabas esperando ecos que no volverán.
Gustavo Cerati - Adiós.


Contigo mi única salida fue refugiarme en la despedida. Esconderme.

Llevaba varios meses sin asomarme al balcón por miedo a ver su piso vacío. Ya no estaban ni las cajas, no había nada. Estaba tan vacío que en su antiguo apartamento ya se habían mudado nuevos inquilinos. Y eran feos, no usaban cortinas de colores vivos y como lo hacía ella. No había un ella. No había nada.

Y así mi vida sin ella en mis ojos, vacía. Una pupila estática, eternamente dilatada. Ojos cortantes, cara de chico aburrido, de don que ya no se le para. Así mi vida, sin aventura y sin curiosidad. Sin duda. Sin ganas de conocer, sin miedo. ¿Saben lo patético que es andar sin miedo? Es como despertar y ya no sentir nada. Que ya no hay un reto. Que ya no estás.

Mi única salida era aquel miedo, aquella distancia. Al irte se me han cerrado todas las puertas.

El hobbie ahora es sentarme en aquel lounge de la esquina a tomar cerveza verga y verle las nalgas a las transeúntes. Me he tomado el coraje de ser inmaduro y dentro de mí, sin decirles nada, criticarlas. Darle puntuación. Diez al culito más bonito, seis a los flojos pero redondos, cinco a las que tienen mucho pecho y poco culo (si las tetas son bonitas). Y una sonrisa a las que no tienen nada.

No me culpen, la superficialidad está en todos; yo simplemente lo hago de una forma obvia y sin hipocresía.

Del lounge a la bodeguita, tomar dos cervezas bien oscuritas y a la casa. A aburrirme.

Sólo que esa noche fueron dos cervezas y los nervios. Una bolsita de miedo, botellita de sudor y su mirada. Estaba ella, era su pelo, su espalda. Y luego, de nuevo, su mirada. Era mi mirada en la de ella, mi miedo y su sonrisa; mis nervios sólos, por cobardes.

Era ella la pequeña distorsión en aquel miércoles de rutina.

Ya era su mano en mi mano y yo que ni cuenta me daba. Ella saludándome y yo mirándola como siempre, a través de mi ventana. En su momento llegó a ser una apretón de manos pero para mí fue una duda: ¿De dónde me conocía? ¿Por qué tiene que ser educada y saludarme sin saber que soy el hombre que la espiaba mientras dormía?

- Hola, soy Elizabeth. ¿No me recuerdas?. Siempre me atiendes en el banco.
- Sí, ya lo recuerdo. Ando un poco rápido, hablamos luego.

Tomé mi bolso y todo lo que me pertenecía. Sobre todo el miedo y los nervios. Sin ellos no sé como me hubiese percatado que la despedida era mi mejor salida.

Continuación de: ¿Cómo me despido de alguien que no me conoce?

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