5.02.2012

Enciclopedia de los Labios de Annelle. Vol. I, página 36.


Así eran los besos de Annelle, una de esas enciclopedias que te dan ganas rebuscar en ellas, con dedos curiosos, con lengua analítica. Mis tardes con ella eran pura experimentación,  la búsqueda incansable del placer en su cuerpo. Los besos de Annelle tenían sabor a limoncillo fresco, a esos limoncillos que robaba de niño en casa de Carlita. Tan prohibidos, tan reguardados por aquella vieja cascarrabias, tan de aventura compartida, de semilla con pelitos suaves.

Y así era su cuerpo, y su piel de azúcar parda, suave. Con una textura capaz de guardar en ella toda su personalidad, rica en raíces, en terminaciones nerviosas. Tremendo vicio aquel de perderme en la piel de Annelle, tremenda la deuda que iba creciendo en mi destino.

Lo triste de mi historia con Annelle es que no recuerdo haberla conocido. No sé si fue un sábado por la tarde o en la taza de café que compartía con mi soledad en uno de tantos domingos. No sé fueron mis ojos los que besaron su piel en aquella tarde de primavera.

Quizás nuestra historia fueron aquellos minutos en los que la observaba trabajar y ella ni sabía de mi existencia. Quizás un tanto tal vez la soñé aquella misma noche y ahora no puedo entender, como se llega a vivir perdido en un cuerpo el cuál sólo pudiste ver.

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